> El Blog de Rubencho: marzo 2018

Perdonar, sumar y olvidar ¿Una fórmula suicida o la correcta?

José Clemente Orozco. La Katharsis. 1934.


"¿De cuándo a acá ser humilde autoriza a faltar a la Ley? No quiero el voto del que falta a la Ley, sea motorizado o no. Ni quiero el voto de flojos, de holgazanes ni de vivos. Se los regalo a los partidos políticos”.

Renny Ottolina

El cambio. Bendita palabra que suena como un tótem al cual nos aferramos en libros de autoayuda, terapias, opiniones y campañas por algún cargo público.
Uno siempre puede cambiar. De pareja, de familia, profesión, opinión, equipo de fútbol o beisbol y de lo que sea. Porque todo cambia en esta vida. Siempre.
Todos aspiramos a cambios positivos. Todos queremos un cambio real para Venezuela. El asunto está en qué debemos dar para lograrlo.

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Mucho se ha hablado sobre los chavistas que emigran, que si tienen derecho o no. También de los chavistas que ahora son críticos de nicolás y su mafia. ¿Debemos aceptar su incorporación a la lucha por la democracia? De eso, específicamente es que quiero hablar hoy.
A mí, honestamente me da igual si los que en algún momento fueron chavistas quieren emigrar. Mejor dicho, me parece muy bien y ojalá les sirva para cambiar de opinión. No voy a apelar a la idea de la pureza ideológica porque hay mucha gente que tiene un importante pasado apoyando al chavismo desde sus tribunas, como empresarios, figuras del deporte, actores, cantantes, periodistas, dueños de medio de comunicación, opinadores, entre otros, que siguen siendo aplaudidos dentro de todos los sectores opositores. 
Ya lo dije una vez, al parecer el dinero y la fama son un buen argumento para aceptar y olvidar un salto de talanquera. Yo los acepto por lo que son, seres humanos cambiantes (por las razones que sean) como lo somos todos. En Venezuela no existe pureza ideológica, ni siquiera por no haber votado nunca por el chavismo. Esa es una tontería.


Por el contrario, quiero que cada vez sean más. Que aprendan el concepto de verdaderas libertades ciudadanas como la de expresión y la de mercado. La vida es aprendizaje y todos hemos tenido que, alguna vez, rectificar nuestras opiniones.
Algo muy distinto son los chavistas que emigran para promover esta mafia dentro de los países donde llegan y hasta se dan el lujo de querer hacer valer su prepotencia y malandraje entre los demás venezolanos. así como los que van a hacer campañas para alentar la xenofobia como el famoso caso de la chica de la arepa en el transmilenio de Bogotá, que luego resultó ser activista del PSUV. Esos sí son execrables.
Una cosa es aceptar a los primeros. Otra cosa es dar la bienvenida a este lado a quienes ostentaron poder suficiente para desgraciar vidas, como los casos concretos de luisa ortega díaz, marcos rodríguez torres y gabriela ramirez (minúsculas intencionales), así como militares, jueces, policías y demás ejecutores de abusos contra la población. Hay quienes se escudan en la tesis de que estos ayudarían a alentar un levantamiento armados dentro de la FAN. De verdad, no se puede ser más iluso. Esos personajes, hasta hoy, no han mostrado ni una sola prueba contra el poder al que sirvieron (o sirven) y no creo que lo hagan.


Uno siempre decide a sus compañeros de camino. Y esa decisión dice mucho del tipo de persona que eres. Si tienes amigos malandros, violadores y asesinos, lo más seguro es que o seas. Y si no lo eres, probablemente quieras serlo. Los iguales siempre se atraen.
¿Será que en Venezuela la gente que quiere un progreso serio y libre, son tan pocos que se necesita sumar a ese tipo de gente para vender una idea de mayoría?
Yo me niego a construir un país con gente que debería estar presa por delitos de lesa humanidad. No quiero que el olvido de los agravios sea una obligación. Ya serán bastantes los que se irán sin pagar, pero no quiero facilitarles las cosas. Esa no es la sociedad que quiero construir porque no es una sociedad con justicia y que, con el paso del tiempo, solo nos dejará espacio para la venganza, la violencia y la ley para unos pocos.
Que cada quien que pague su cuenta.

Justicia y venganza para todos.


"La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena"
El chavo del 8. Obras completas.

La justicia, como sabemos busca equilibrar balanzas en favor del bien. En favor del orden, pero sobre todo, en favor de evitar acciones irracionales y desproporcionadas por parte de los involucrados. Es una forma de burocratizar el bien. De mantenernos cuerdos como colectivo y como individuos.
La venganza también busca equilibrar la balanza pero desde nuestros impulsos más primitivos.


Ambas están hermanadas por la presencia de compensaciones y castigos. Y dependiendo del contexto, país o cultura, la justicia puede parecer más una venganza. Hay culturas que aún conservan la pena de muerte, que da igual si es inyección letal, la horca o la silla eléctrica, el fin es el mismo. O la mutilación, el linchamiento, el embargo de bienes y el destierro. A muchos nos da un aire de satisfacción cuando sabemos que alguien que, según nuestros parámetros, hizo algo horrible, recibe una pena igual o mayor en horror. La justicia es una venganza pero con filtros.
Todos hemos sentido deseos de venganza al sentirnos heridos o agraviados. Queremos que el otro sufra tanto como nosotros o más. Es lo normal, no vengo a pontificar y decirte que no lo sientas, porque soy tan humano como tú.

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El asunto que me inquieta hoy es ver, desde qué punto, esa justicia que yo, particularmente, veo como una venganza filtrada por toda la corrección moral, nos falla y no nos llena. 
¿Qué quisieras que le pase al asesino de un familiar o de un ser querido? Qué quieres que suceda con alguien que violó y lastimó profundamente a un niño? Que debemos hacer con quienes destruyeron a todo un país, hundiendo a sus ciudadanos en la opresión y la miseria?


Les voy a contar un secreto, yo siento un aire de satisfacción cuando sé que mataron a un delincuente o a uno de esos policías y militares que azotaron mi ciudad y mi país. Nunca he sentido pena o lamento por ellos ante sus muertes por disparos, enfermedades o accidentes. También me hace sentir bien saber que chavez murió con mucho miedo, impotente e indefenso, a tal punto que ni siquiera sabemos cuáles fueron sus últimas palabras. Y no saldré a pedir perdón a Dios por eso. Me alegra saber que hay una plaga menos. Y también me encantaría que fuera posible la castración total de pedófilos. Yo siento ese deseo de venganza ante la certeza que la justicia de oficinas no pudo alcanzarlos.
¿Alguien se imagina a chavez, maduro o sus secuaces ante un tribunal? Yo no, no soy optimista con eso. Sé que muchos de los responsables directos de muertes y destrucción jamás pagarán por ello. Sé que duermen tranquilos sin ningún cargo de conciencia. La justicia de los tribunales nos fallará.


No, definitivamente no creo en la pena de muerte. No satisface mi sentido de justicia. Sería impartida por otro ser humano que pudiera ser corruptible, o cegado por sus prejuicios. No sería tan ingenuo como para proponerlo en Venezuela a sabiendas de lo podrido que está todo el sistema judicial. Ni creo en las matanzas ejecutadas por la policía porque sabemos que es solo un ajuste de cuentas entre mafias y con un gran saldo de inocentes perjudicados.
Hemos sido traicionados. Yo he sido traidor hacia personas que me amaban, tanto queriendo como sin querer. En mayor o menor grado. Y a mis principios más de una vez. Y no me mires así, que tú también. ¿Merecemos justicia, venganza o perdón? ¿Qué nos corresponde? ¿Qué debe hacerse con nuestras faltas? ¿Merecen los mismo que las ajenas aunque sean idénticas? ¿Qué buscan los héroes que admiramos en el cine y en los libros de historia? ¿Los Vengadores buscan justicia o venganza? Porque si buscan venganza, Batman debería ir tras ellos y pararlos.
Y luego de cumplida la acción, ¿qué nos quedará? Y en caso de que todo pase y nada suceda con los que faltaron ¿ habrá justicia divina? ¿Y si Dios es tan pana y tan amoroso que todo lo perdona? ¿Perdonaremos nosotros? ¿Negaremos el rencor que nos consume? ¿Aceptaremos la impunidad con resignación en nombre del bien, el orden y el raciocinio? ¿Perdonamos para librarnos de esa carga?
Y de ser así, ¿haríamos honor a la justicia?
¿Qué hacemos con este dilema?
Pues eso, yo tampoco lo sé aún.

Las trampas de la soledad

El silencio luminoso. Edward Hopper.
Emigrar es una aventura en solitario, no importa si te llegas a tus hijos, pareja, al perro, al gato y al morrocoy. O si estás con amigos, o si de inmediato conseguiste el trabajo de tus sueños con colegas y uno que otro paisano con el que conectaste. O si, por el contrario y como una gran parte, te tocó llegar solo, sin conocer a nadie, y muchas veces, sin conocer el idioma o dialecto local.


El asunto es que en realidad se está solo, o tenemos la sensación de soledad, cuando nos vemos fuera de nuestra zona de confort, de nuestro espacio seguro, aunque ese espacio seguro sea un barrio de Mariara. Hablo de la seguridad de moverte dentro del espacio que conoces, que te hace sentir cómodo, incluso ante todas las desgracias y limitaciones que hayan en nuestro lugar de origen.

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Esto nos lleva a caer en lo que llamo las trampas de la soledad, que son baches donde nos quedamos pegados por gusto, sin hacer el mayor esfuerzo por salir, porque amamos ese bache y dependemos emocionalmente de él. La soledad es adictiva, nos crea la ilusión de que estamos mejor si no nos arriesgamos al contacto externo que puede herirnos. Poniendo una coraza en lo que tenemos, sin compartirlo. Solos pero sin crecimiento. Pasmados.


Nos aferramos a amistades: Pensamos que posiblemente sean los únicos que vamos a conseguir en el mundo. Son personas importantes y no vamos a dejarlos de lado. Pero están en otro lugar, siguiendo con sus vidas. Extrañarlos es normal, hablar con ellos y preocuparnos por ellos es normal y sano. Pero la trampa comienza cuando renegamos de conocer otras personas y ampliar nuestro círculo social.


Mantenemos relaciones a distancia: Sé que es chocante, pero no todos vamos a lograr traer a nuestras parejas a un nuevo país. Hay gente que podrá hacerlo y es muy emocionante ver esos reencuentros. Pero la mayoría no lo logrará. Esas relaciones en realidad terminaron el día que te montaste en el avión o en el autobús. Es hora de sincerarse y quedar como buenos amigos. Aceptar que tendrán destinos distintos. Y sobre todo, descubrir que alguien más puede amarnos y desearnos. Sí, es absolutamente posible enamorarse más de una vez, en distintos niveles y formas. De eso hablaremos otro día.

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Asumimos problemas que escapan de nuestras manos: Esto pasa cuando somos el referente fuerte de nuestra familia o círculo social. Queremos resolver todo como cuando estábamos en nuestro país pero no va a ser igual. Esto nos llena de ansiedad y estrés innecesarios. Obviamente está muy bien que quieras ayudar a los tuyos, con dinero, consejos y cariños, pero la migración no es cualquier cosa. Tienes problemas nuevos en una vida nueva que debes resolver en algunos momentos, de formas no convencionales para tí y eso debería ocupar tu mente. Es hora de enseñarle a tu gente a resolver sus problemas sin ti. En el camino todos crecerán y en el futuro te lo agradecerán.


Aislamiento laboral: Ya no eres el jefe, ni el ejecutivo, ni el más eficiente de tu oficina, y ahora nadie te conoce. Aferrarse a tu antiguo status no tiene sentido y puede llevarte a que quedes aislado laboralmente si no asumes que estás en un nuevo contexto donde lo importante es sobrevivir. Es cierto que en algunos países puedes lograr mantener tu oficio, pero en la mayoría no.


Lo nuestro es lo mejor y punto: Nos aislamos creyendo que la única comida sabrosa son las hallacas, las arepas y las empanadas con guasacaca. Que las únicas mujeres bonitas son las venezolanas (mano, conozca a las ucranianas y después hablamos) y que el único país bonito es Venezuela. El mundo es tan grande o pequeño según el tamaño de tus prejuicios y miedos. Comparar es estúpido, los patrones de belleza son subjetivos, amplios, infinitos. Incomparables. Es hora de hacer amigos locales y probar su comida, sus bailes, sus tradiciones y quedarnos con lo que nos guste.  Date una ducha y sal a conocerlos.

Diáspora, refugiados o inmigrantes. La importancia de definir lo que somos.


Corren tiempos confusos, tal vez sea un lugar común porque la humanidad siempre ha sido errática para comprender sus realidades. En el caso de nosotros, los inmigrantes, se hace necesaria la definición de nuestra situación, partiendo de los motivos personales, familiares y sociales, como individuos y como masa, que nos llevaron a tomar la decisión de irnos de Venezuela para comprender la magnitud de nuestras circunstancias.

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Cabe destacar que muchas variables entran en juego y van más allá de un asunto de valentía para irse o quedarse, la más importante a la hora de documentar, denunciar y llamar la atención por las razones correctas sobre este hecho social histórico, sin precedentes en nuestra historia, es el llamar a cada caso por su nombre, según los motivos que hemos tenido para marcharnos.
Nos hacemos llamar Diáspora venezolana y yo también he cometido ese error. Aunque suena poético, ya no me parece correcto, por lo que agradezco a Sclga Caraballo (@SclgaCaraballo en Twitter) por haberme dado algunas luces sobre este tema y el artículo de la periodista Luz Mely Reyes @LuzMelyReyes en Caraota Digital, de donde tomé importantes referencia. Es importante tener claras estas definiciones, ya que, en muchos casos, queremos que nuestra situación sea reconocida de determinada manera, pero no coincide con los estatutos internacionales. Si llamamos las cosas por su nombre, podemos llamar la atención sobre lo que sucede, de una manera más efectiva. Es un asunto de comunicación e importa muchísimo.


Es necesario acotar que aunque la ACNUR (Oficina del Alto Comisionado de la Naciones Unidas para Refugiados) haya declarado el caso de los venezolanos como refugiados, esto no obliga a ningún estado a reconocernos como tales. Esto no es una aprobación automática de las solicitudes de asilo ni una orden para que los gobiernos flexibilicen sus políticas migratorias. Sin embargo, esto es un importante precedente donde, aunque no encajamos dentro de la definición migrantes  por la guerra, hay una situación económica y social caótica que nos ha llevado a irnos del país y pide que se nos reconozca. La ACNUR  establece diferencias para cada caso, y ha pedido en reiteradas ocasiones el uso correcto de ciertos términos. Veamos algunos:

Diáspora: Se refiere a grupos de personas, organizados o no, que emigran para mejorar sus condiciones de vida, ya sea por ofertas de trabajo, estudios, reagrupamiento familiar, entre otros. No se ven amenazados pero tiene una connotación de masa en movimiento. Así que no, no somos una diáspora. Muchos se fueron sin querer irse y no andan, precisamente, probando suerte.

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Migración forzosa: También tiene una connotación de movimiento de masas. Son grupos obligados a abandonar sus hogares ante situaciones que ponen en riesgo su seguridad, como un conflicto armado o crisis política y económica que repercute fuertemente en su bienestar personal, como en el caso de hambrunas o el cercenamiento de derechos sociales por parcialidades partidistas. En el caso venezolano, si bien no estamos en una guerra, según la definición internacional, muchos se vieron obligados a dejar el país ante la negación de oportunidades laborales por no simpatizar o militar en el partido de gobierno, imposibilidad de continuar tratamientos médicos, inseguridad por el hampa o persecuciones personales por parte de militares, policías y demás fuerzas represivas bajo control del chavismo. Por esto se ha hecho complicado, el reconocimiento de nuestras circunstancias, al no estar definida plenamente nuestra situación, según los conceptos establecidos en países con circunstancias sociales e históricas muy distintas a la nuestra. En mi percepción, esta es la definición más acorde a nosotros.


Migrante: Se refiere a la movilización voluntaria por motivos de trabajo, estudios, entre otros, que tiene como finalidad el mejoramiento de la calidad de vida. En este caso, la seguridad e integridad no están comprometidas ni amenazadas. Pueden volver a su país de origen en cualquier momento sin mayores trámites o permisos.

Inmigrante: Persona que llega a un país por motivos laborales, de estudio o familiares. Emigrante es el que se marcha. Todo depende de la perspectiva local.


Refugiado: Son quienes huyen de una zona de guerra o conflicto y ven sus vidas seriamente amenazadas. Se les hace imposible regresar a su país de origen sin que eso implique terminar muertos o presos. No gozan de ningún tipo de asistencia de sus gobiernos y por ellos se ven obligados a solicitar asilo. Algunas veces entran en otros territorios por medios no convencionales e ilegales según la legislación local. Sin embargo esto no puede ser tomado como justificación para negarles protección internacional.

Asilado: Es la persona a quien el estado receptor ya le ha otorgado protección internacional, cumplidos los protocolos de revisión de casos individuales.

Exiliado: Persona, que por motivos políticos, se ve forzado a abandonar su país de origen, al ver amenazada su libertad o su vida.


Destierro: Condena que emite un gobierno para expulsar del país a un ciudadano del mismo, principalmente por motivos políticos. El desterrado no puede regresar a su país sin permiso del gobierno y pierde sus derechos ante el estado.
Por lo general, el exilio y el destierro no aparecen en la legislación de los países, pero se ejecuta por medio de amenazas, presiones y persecuciones. En el caso venezolano, es común que el gobierno los califique de prófugos de la justicia.

Desplazado: El desplazado huye de un conflicto armado pero no cruza fronteras. Se desplaza dentro de su propio país. Como en el caso de colombianos desplazados hacia otras ciudades, por la guerra contra las FARC y el ELN durante muchos años.


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Expatriado: Es un migrante por motivos laborales. Como el caso de un jugador de fútbol o beisbol, contratado para jugar con un club en el extranjero.

Apátrida: Es una persona que no es reconocida por ningún estado como ciudadano, quedando impedidos de poder ejercer derecho alguno para regularizar su situación. Es un limbo migratorio donde hay más de 10 millones de personas. Muchas de ellas provenientes de estados desaparecidos, conflictos étnicos donde se expulsa a los derrotados, entre otros.

Deportación: Un deportado es un expulsado del país, principalmente por estar en situación de permanencia ilegal o ingreso irregular, por haber cometido un crimen o una falta de carácter político contra autoridades locales. 

El lenguaje nos define. Tenemos una larga lucha interna contra la neolengua chavista que nos anula, nos invisibiliza, minimiza y tergiversa los hechos que derivan de la crisis en Venezuela. Llamemos las cosas por su nombre, conociendo su verdadero significado, para que estos duros tiempos jamás sean olvidados y se registre su verdadera dimensión.

Muerte en el extranjero. ¿Qué hacer?


Todos moriremos. Tal vez, sea mañana, tal vez en un año. Tal vez seamos centenarios y muramos rompiendo un Guinnes de longevidad. Pero pasará, por si no lo sabes.
Ahora muchos de nosotros estamos fuera de Venezuela y seguirán yéndose. Ya ha sucedido, decenas de compatriotas han fallecido en accidentes, asesinatos, enfermedades y suicidios para dar paso a la corredera de qué hacer con el cuerpo. No he vivido este asunto desde cerca y me he topado con algunos datos que han reafirmado algunas de mis decisiones personales acerca de la muerte.

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Repatriar un cadáver tiene un costo que va entre los 5000 y 8000 euros, dependiendo de la cantidad de trámites a hacer, circunstancias de la muerte, papeleo que pida el país donde te fue a buscar La Parca, y por supuesto algún pago extra, por debajo de la mesa, que exija la mafia militar venezolana en el aeropuerto.
Pueden hacerse una idea del papeleo, revisando esta información tomada del Consulado de Venezuela en Madrid, España. tanto para cadáveres como para cenizas.
Yo me niego, rotunda e irrevocablemente, a que mi familia quede obligada a pagar esas cifras, que bien pueden servir para miles de cosas que necesitan los que se quedan en este plano y deban pasar por un proceso engorroso de repatriación de un cuerpo, donde, como todo en Venezuela, se compliquen las cosas por omisión, ineptitud o maldad de funcionarios del gobierno.

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Mi cadáver, a menos que contenga secretamente alguna de las Esferas del Dragón, convertidas en testículos, no tiene ningún valor. Es solo un carapacho, con fealdad in crescendo, sin alma que ya no tendrá utilidad alguna. Así que ¿para qué guardarlo bajo tierra, donde tampoco me van a ver? 
Eso de que me entierren cerca del mar en Venezuela, como dice la canción, me parece horrendo. Imaginense que alguien se esté bañando en Choroní y de pronto el oleaje me destape y me saque de la arena. Que vergüenza con esas personas, van a creer que soy un extra piedrero de The Walking Dead.

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Tomando en cuenta los costos y razones subjetivas, yo decidí, y quiero hacerlo público para evitar malentendidos, que mi cuerpo fuera cremado y mis cenizas esparcidas en el Mediterráneo, el Caribe o cualquier playa o río donde se les haga fácil trasladarse. El Parque El Retiro en Madrid, o mezcladas en el cenicero de la terraza de algún bar de por estos lados. Donde se le haga más fácil y cómodo. Si quieren conservar ese jarrón lleno de virutas mías, es cosa de ustedes, tampoco podré prohibirlo. Pero al menos ponganme en uno bonito. Odiaré si me ponen en un jarrón de abuelitas y volveré para darles material para una nueva película de Actividad Paranormal. Uno con forma de Estrella de la Muerte sería brutal. 

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No quisiera que mis seres queridos quedasen atados al ritual de ir a visitar mi cuerpo a un cementerio. Yo quiero que mi muerte sea como mi vida. Ser de todas partes, del mundo que conozco y el que nunca veré. Ser del mar donde encontré la calma y la paz tantas veces y de la tierra, la grama y las piedras donde viví varios de los pasajes más gratificantes. Además de que, echarme candela, solo cuesta entre 300 y 800 euros. La diferencia es grande.
Busquen asesoría con seguros privados y contraten alguno que ofrezca buena atención para estos casos. Será muy útil. 
Y por último, disfruten de lo hermoso de la vida, gocen de los detalles de la novedad y la rutina de nuestras existencias.